Principios y métodos del arte sagrado

Principios y metodos del arte sagrado Principios y métodos del arte sagradoPara los pueblos sedentarios, el arte sagrado por excelencia es la construcción de un santuario, donde el Espíritu divino, invisiblemente presente en el universo, “habitará” de una manera directa y por decirlo así “personal”. El santuario se sitúa siempre, espiritualmente hablando, en el centro del mundo, y esto mismo es lo que hace de él un sacratum en un verdadero sentido del término: en este lugar el hombre se sustrae a lo indefinido del espacio y el tiempo, puesto que es “aquí” y “ahora” como Dios está presente al hombre.

Esto se expresa en la forma del templo: lo que, en el universo, se encuentra en incesante movimiento, la arquitectura sagrada lo transpone en forma permanente. En el cosmos, es el tiempo el que domina sobre el espacio; en la construcción del templo, en cambio, el tiempo en cierto modo se transmuta en espacio: los grandes ritmos del cosmos visible, que simbolizan los principales aspectos de la existencia, desunidos y dispersados por el devenir, son reunidos y fijados en la geometría del edificio. Así el templo representa, por su forma regular e inamovible, la terminación del mundo, su aspecto intemporal o su estado final, donde todas las cosas reposan en el equilibrio que precede a su reintegración en la unidad indivisa del Ser. Ahora bien, si el santuario está lleno de la Paz divina (shekina en hebreo, shânti en sánscrito) es precisamente porque prefigura esta transfiguración final del mundo -transfiguración que el cristianismo simboliza con la “Jerusalén celestial”-.

Del mismo modo, la Paz divina desciende en el alma en la cual todas las modalidades, o todos los contenidos -análogos a los del mundo-, reposan en un equilibrio a la vez simple y rico, y comparable, por su unidad cualitativa, a la forma regular del santuario.

Esta edificación del santuario o del alma tiene también un aspecto de sacrificio: al igual que las potencias del alma deben retirarse del mundo a fin de constituir el receptáculo de la Gracia, también los materiales con los que se construirá el templo se sustraen a todo uso profano y se ofrecen a la Divinidad. Veremos que este sacrificio debe compensar el sacrificio divino, que está en el origen del mundo. Ahora bien, en todo sacrificio, la materia sacrificada experimenta una transformación cualitativa, en el sentido de que es asimilada a un modelo divino. Esto es igualmente evidente en la edificación del santuario, y recordaremos a este respecto, como ejemplo bien conocido, la construcción del Templo de Jerusalén por Salomón de acuerdo con el plan revelado a David.

La terminación del mundo que prefigura el templo se expresa mediante la forma rectangular de éste; esta forma se opone esencialmente a la forma circular del mundo arrastrado por el movimiento cósmico. Mientras que la forma esférica del cielo es indefinida y se sustrae a toda medida, la del edificio sagrado, rectangular o cúbica, expresará la ley definitiva e inmutable, y por esta razón toda arquitectura sagrada, sea cual sea su pertenencia tradicional, puede reducirse al tema fundamental de la transformación del círculo en cuadrado. En la génesis del templo hindú, este tema aparece con una particular evidencia y con toda la riqueza de sus contenidos metafísicos y espirituales.

Antes de desarrollar este tema, debemos precisar todavía que la relación entre estos dos símbolos fundamentales que son el círculo y el cuadrado, o la esfera y el cubo, puede variar de significado según los niveles de referencia. Si el círculo se toma como el símbolo de la unidad indivisa del Principio, el cuadrado expresará Su determinación primera e inmutable, la Ley o la Norma universal, y en este caso el primer símbolo indicará una realidad superior a la que sugiere el segundo. Lo mismo ocurre si se refiere el círculo al cielo, cuyo movimiento reproduce, y el cuadrado a la tierra, cuyo estado sólido y relativamente inerte resume; entonces el círculo será al cuadrado lo que lo activo es a lo pasivo, o lo que la vida es al cuerpo, pues el cielo es el que engendra activamente, mientras que la tierra concibe y da a luz pasivamente. Sin embargo, también se puede concebir una jerarquía inversa: si se considera el cuadrado en su significado metafísico, como símbolo de la inmutabilidad principal, que contiene y resuelve en sí misma todas las antinomias cósmicas, y si, en cambio, se refiere el círculo a su modelo cósmico, que es el movimiento indefinido, el cuadrado expresará una realidad superior a la que representa el círculo, al igual que la naturaleza permanente e inmutable del Principio está por encima de la actividad celestial o la causalidad cósmica, relativamente “exterior” al Principio mismo. Pues bien, esta última relación simbólica entre el círculo y el cuadrado domina en la arquitectura sagrada de la India, a la vez porque la cualidad propia de la arquitectura es la estabilidad -es con la estabilidad como refleja del modo más directo la Perfección divina- y porque el punto de vista del que se trata es esencialmente inherente al espíritu hindú. En efecto, este espíritu siempre propende a transponer las realidades terrenales y cósmicas, por divergentes que sean, a la plenitud no separativa y estática de la Esencia divina. En la arquitectura sagrada esta transfiguración espiritual va acompañada de un modo inversamente análogo, a saber, la “cristalización” de las grandes “medidas” del tiempo -los diferentes ciclos- en el cuadrado fundamental del templo. Sin embargo, esta preeminencia simbólica del cuadrado sobre el círculo en la arquitectura sagrada no excluirá, ni en la India ni en otras partes, las manifestaciones de la relación inversa de los dos símbolos, allí donde ésta se imponga en virtud de la analogía entre los diversos elementos constructivos y las partes correspondientes del universo.

Principios y métodos del Arte Sagrado.
Titus Burckhardt.
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