El placer de cada día

El placer de cada dia El placer de cada díaEl encantamiento es un hechizo que cae sobre nosotros, una aureola de fantasía y emociones que se posa sobre el corazón y lo agita, cuando no lo sume en el éxtasis y el ensueño. Un día usted se enamora, y la persona que ayer era como cualquier otra se convierte de pronto en un ser lleno de gracia, dotado de valores sobrenaturales; o tropieza con una bella y rugiente cascada en medio de un bosque, como me ocurrió a mí en cierta ocasión, y se siente conmovido. La sorprendente visión se fija en la memoria, y usted desea tener otras experiencias similares.

La vida encantada encierra muchos momentos en los que el corazón se siente abrumado por la belleza y la imaginación se aviva por alguna inquietante cualidad que descubre en el mundo o por algún espíritu o voz que habla desde el interior de un objeto, un lugar o una persona. El encantamiento puede ser un estado de embeleso y éxtasis en el que el alma asume el protagonismo, y las preocupaciones propias de la supervivencia y la vida cotidiana pasan, al menos de forma temporal, a un segundo plano.

El alma tiene una necesidad absoluta e impostergable de adentrarse de vez en cuando en el terreno del encantamiento. Lo exige en la misma medida que el cuerpo reclama comida y la mente necesita nutrirse de pensamientos. Sin embargo, nuestra cultura a menudo presume de desaprobar y explotar las fuentes del encantamiento. Explica uno tras otro los misterios y destruye preciosos santuarios al tiempo que acaba con la granja familiar que ha albergado los espíritus de la civilización durante milenios, o profana con fines de lucro una montaña o un río sagrados para los residentes nativos. Todavía nos queda por aprender que resulta imposible sobrevivir sin el encantamiento, y que su pérdida nos está matando.

Una cultura dedicada al encantamiento asume nuestra necesidad de vivir en un mundo de hechos concretos y de una imaginación sagrada. No lo explica todo en términos materialistas, sino que comprende que la sabiduría y la inteligencia necesitan un reconocimiento sincero del misterio. Busca experiencias que apacigüen nuestras ansias de racionalidad y abran un camino hacia una especie de visión trascendente, que colmen el corazón y amplíen los límites de la creencia y la convicción. El encantamiento actúa al mismo tiempo como amortiguador de la mente y potenciador de la percepción.

El encantamiento no siempre es positivo; podemos vernos dominados por el miedo, la paranoia, los celos, la depresión, la cólera y la desilusión. A veces nos dominan emociones difíciles en lo que llamo, por utilizar una vieja palabra, un “ataque”. Se trata de un hechizo que cae sobre nosotros como una burbuja, nubra nuestro entendimiento y parece impedir nuestra libertad. Víctimas del desencanto, a menudo buscamos explicaciones psicológicas y remedios químicos para estos estados y emociones inquietantes; sin embargo, esos episodios perturbadores son necesarios.

Comencé mi libro “Cuidado del alma” diciendo que todos nuestros problemas tienen su origen en la pérdida del alma, y aquí quiero ampliar la idea con la sugerencia de que un aspecto importante de esa pérdida del alma es el desencanto. Un mundo encantado es aquel que habla al alma, a las misteriosas profundidades del corazón y la imaginación donde encontramos el valor, el amor y la comunión con el mundo que nos rodea. La mística de muchas religiones enseña que una unión embelesadora es capaz de dotar de sentido la existencia.

En una vida encantada no siempre permanecemos en un estado de éxtasis, pero sí surgen muchísimas oportunidades de acceder a diferentes niveles de experiencia de carácter más encantador que práctico. En muchas sociedades se celebran actos que procuran encantamiento a la comunidad, del mismo modo que las casas se pueden diseñar, pintar y decorar de una forma grata para la imaginación. Las tradiciones constituyen un motivo de celebración, cuyo objeto es llevar la riqueza de la fantasía a la vida cotidiana de la comunidad.

No es fácil hablar de encantamiento en una sociedad desencantada, que sufre la falta de una vida comunitaria profunda y plena. El encantamiento invierte nuestros valores habituales. Aquello que es prioritario en la dura vida del mundo desencantado, tiene poca o ninguna cabida en la plácida vida del encantamiento. Lo que es importante para esta última tal vez parezca una distracción a ojos de quienes viven inmersos en un entorno que excluye el encantamiento. Sin embargo, no hay un conflicto esencial entre la vida encantada y la vida práctica y productiva, pues ambas se complementan entre sí: una sirve al espíritu de superación mientras la otra reconforta el corazón.

El encantamiento toma como protagonista al alma, una condición que nos permite conectar, de una forma afectuosa o íntima, con el mundo que habitamos y con las personas que forman nuestras familias y comunidades. Sin el encantamiento, intentamos establecer la intimidad y forjar las conexiones de una forma racional, pero nuestros esfuerzos son inútiles. Basta recordar las quejas más comunes sobre la cultura moderna: la familia se deshace, los matrimonios se rompen, los vecindarios desaparecen y la naturaleza es destruida. Se trata de un problema de afecto, es decir, de amor y fidelidad. Si viviésemos en un mundo encantado, nos sentiríamos inclinados a la búsqueda del acercamiento y la intimidad.

El placer de cada día.
Thomas Moore.

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