El Camino de la Sabiduría

El camino de la sabiduria El Camino de la SabiduríaLa inocencia es nuestro estado actual, antes de que quede cubierta. Lo que la cubre es la imagen de uno mismo. Cuando nos miramos, incluso cuando tratamos de ser totalmente sinceros, vemos una imagen que ha ido haciéndose a lo largo de muchos años, en capas que forman un complejo tejido. Las líneas y las arrugas que aparecen en el rostro de una persona cuentan la historia de la felicidad y la tristeza pasadas, de triunfos y derrotas, de ideales y experiencias. Es casi imposible ver algo más.

El mago se ve a sí mismo en todas partes donde mira porque su vista es inocente. No la nublan juicios, rótulos y definiciones. Un mago todavía sabe que tiene un ego y una imagen de sí mismo, pero estas cosas no le distraen. Las ve sobre el telón de fondo de la totalidad, de todo el contexto de la vida.

El ego es “yo”; es tu punto de vista singular. En la inocencia este punto de vista es puro, igual que una lente transparente. Pero sin inocencia el enfoque del ego distorsiona muchísimo. Si piensas que conoces algo -y en ese algo estás incluido tú mismo-, en realidad estás viendo tus propios juicios y rótulos. Las palabras más sencillas que usamos para describirnos unos a otros -tales como “amigo”, “familiar”, “extraño”- están cargadas de juicios. El enorme abismo semántico que hay entre “amigo” y “extraño”, por ejemplo, está lleno de interpretaciones. A un amigo se le trata de una manera, y a un enemigo, de otra. Aun cuando no saquemos estos juicios a la superficie, nublan nuestra visión del mismo modo que el polvo oscurece una lente.

Como no tiene rótulos para las cosas, el mago las ve de nuevo. Para él no hay polvo en la lente, de manera que el mundo reluce de novedad. La misma canción apenas perceptible se oye en todo: “Mírate”. Podríamos definir a Dios diciendo que es alguien que mira a su alrededor y sólo se ve a sí mismo, en todas las direcciones en que mire. En la medida en que hemos sido creados a imagen de Dios, nuestro mundo es también un espejo.

Mientras pueda captar el color, la luz, la densidad y la sensación del mundo, la mente está percibiéndose a sí misma. La palabra “pesado” o “blanco” te produce una sensación interior que te pertenece sólo a ti. No hay ninguna pesadez o blancura “ahí fuera” si no estás tú para percibirla; la visión, el sonido, el tacto, el sabor o el olor no existen salvo como pequeñas titilaciones de tu conciencia. Envía una cámara a la luna, filma todos los cráteres y valles y trae la película a la tierra. Si no hay ningún ser humano que vea la película, ésta no tiene ninguna imagen en ella, sólo preparaciones químicas que han reaccionado a una combinación momentánea de fotones. La película está tan muerta como la propia luna. Merlín diría que si nadie contempla la imagen de la luna, tampoco hay ninguna luna.

Por tanto, es importantísimo contemplar el mundo inocentemente, porque sólo así tiene vida el mundo. Tu ojo da vida a todo lo que ve. Detrás de cada molécula de existencia tiene que haber conciencia e inteligencia; de no ser así, el universo sería un remolino fortuito de gases inertes y estrellas muertas, un vacío deseoso de recibir la semilla de la existencia. Sin inteligencia, no hay vida alguna, sólo actividad. Cada mirada que diriges más allá de tu ventana introduce la semilla de la vida en la creación. Por eso Merlín se tomaba muy en serio el trabajo de contemplar los robles, los ciervos y las estrellas. No quería que muriesen; amaba la vida.

El Camino de la Sabiduría.
Veinte lecciones espirituales
para alcanzar la riqueza interior.

Deepak Chopra.

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