El Tao es uno y sólo uno. A nivel celestial, se denomina destino; a nivel humano, naturaleza esencial. A nivel fenoménico, principio.
Este principio circula por el mundo y aparece en las actividades diarias. Cada acontecimiento y cada cosa tiene un principio natural que no puede evitarse. Así, existe el principio de que las cosas son tal como son y éste no puede alterarse, sólo seguirse.
El hombre superior observa la cosas desde el punto de vista del principio: según sean correctas o incorrectas, buenas o malas, y las afronta de acuerdo a esta visión, lo cual se denomina desinterés. Esta actitud desinteresada conduce a la objetividad, la objetividad conduce a la claridad. La claridad conduce a que puedan afrontarse los acontecimientos con precisión y a comprender la naturaleza de las cosas.
Si ves las cosas a través de tu ego, el amor y el odio surgirán de manera incontrolable y no podrás evitar dejarte arrastrar por los sentimientos. Cuando te dejas arrastrar por los sentimientos, estás siendo subjetivo. Cuando eres subjetivo, estás siendo un ignorante. Cuando eres un ignorante, estás desorientado y confundido; sólo eres consciente de ti mismo, pero ignoras el principio.
Cuando hay el principio, hay energía; cuando la energía se manifiesta, el principio se oculta. Cuando hay energía, hay forma; cuando la forma se manifiesta, la energía se oculta. El principio está siempre equilibrado, en cambio la energía es parcial; la forma es incluso más parcial aún. El equilibrio es positivo en cualquier sentido, pero en la parcialidad hay algo que no lo es. Si deseas convertir algo parcial que no es bueno en un beneficioso equilibrio, debes analizarte atentamente cuando estés a punto de emprender cualquier acción. Expande y culmina aquello que surge del equilibrio del principio; corta y elimina aquello que surge de la parcialidad de la forma. Después de mucho tiempo, el principio permanecerá y los deseos desaparecerán de forma natural.
Los principios del mundo deben investigarse, pero es imposible examinarlos por completo. Lo importante es distinguir la confusión de la propia mente. El discernimiento lleva a la claridad y la claridad conduce a la veracidad. Con la veracidad, los principios del mundo se perciben y se adquiere un porte sereno.
La confusión es saber que el equilibrio es positivo pero no alcanzarlo, saber que todos los fenómenos son mente pero no conocer la mente. Saber que el tema del nacimiento y la muerte es importante pero no percibir el no-nacimiento, saber que la impermanencia es veloz pero no comprender que básicamente la velocidad no existe.
El principio originalmente está ahí, si lo tienes presente se manifestará por sí solo. El deseo originalmente no está ahí, si logras ver más allá de él, desaparecerá por sí solo. Abandonar el deseo y seguir el principio no son fundamentalmente dos cosas: cuanto más abandones el deseo, más seguirás el principio. No hay nada que sea tan beneficioso como el principio, pero pocos son los que lo siguen. No hay nada tan pernicioso como los deseos, pero muchos son los que se dejan arrastrar por ellos.
Las personas con deseos son como árboles llenos de insectos, al ser consumidas sin saberlo se desplomarán al cabo de poco. Quienes creen que los deseos son placenteros no comprenden que éstos son como el fuego, si no consigues apagarlo te consumirá. Tu espíritu estará irritado, el alcohol y el sexo agotarán tu energía vital provocándote enfermedades y úlceras, y estarás gritando de dolor día y noche. Los budistas que dicen que después de morir se sufre por los pecados cometidos, no comprenden que ya se padece mientras se está vivo.
El más antiguo camino hacia la liberación.
Edición a cargo de Thomas Cleary.
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Hua Hu Ching: Yo enseño, el Camino Integral de unidad con el gran y misterioso Tao. Mis enseñanzas son simples; si intentas hacer de ellas una religión o una ciencia, éstas te eludirán. Profundas, aunque simples, contienen toda la verdad del universo.
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