El cuidado del alma

El cuidado del alma El cuidado del almaEl gran mal del siglo XX, que forma parte de todas nuestras angustias y nos afecta a todos individual y socialmente, es la pérdida del alma. Cuando se la descuida, el alma no se va precisamente, sino que se manifiesta en forma de obsesiones, adicciones, violencia y pérdida de sentido. Caemos en la tentación de aislar estos síntomas o de tratar de erradicarlos uno a uno, pero la raíz del problema es que hemos perdido nuestra sabiduría sobre el alma, e incluso nuestro interés en ella.
Hoy en día tenemos pocos especialistas del alma que nos puedan aconsejar cuando sucumbimos ante los cambios anímicos y el dolor emocional, o cuando -como nación- nos vemos enfrentados a una multitud de amenazadores males. Pero en nuestra historia hay notables ejemplos de comprensión intuitiva de estos temas por parte de personas que escribieron explícitamente sobre la naturaleza y las necesidades del alma, de modo que podemos recurrir al pasado en busca de los guías que nos permitan recuperar esta sabiduría. En este libro me nutriré de la sabiduría del pasado, teniendo en cuenta la forma en que hoy vivimos, para demostrar que al cuidar el alma podemos encontrar alivio a nuestros sufrimientos y descubrir una satisfacción y un placer perdidos.

Es imposible definir con precisión qué es el alma. En todo caso, la definición supone un quehacer intelectual, y el alma prefiere imaginar. Intuitivamente sabemos que el alma tiene que ver con la autenticidad y la profundidad, como cuando se dice que cierta música tiene alma o que una persona notable está llena de alma. Cuando examinamos de cerca el concepto de plenitud de alma, vemos que se relaciona con la vida en todos los aspectos: buena comida, conversación interesante, amigos auténticos y experiencias que permanecen en el recuerdo y que tocan el corazón. El alma se revela en el afecto, el amor y la comunidad, como también en el retiro en nombre de la comunicación interior y la intimidad.

En las psicologías y terapias modernas se percibe a menudo, en forma no por tácita menos clara, un tono de salvación, en el que está implícito que si pudiéramos aprender a autoafirmarnos, a amar, a enfadarnos, a expresarnos, a ser contemplativos o más delgados, se terminarían nuestros problemas. El libro de autoayuda de la Edad Media y el Renacimiento, que en cierto modo estoy tomando como modelo, era objeto de aprecio y reverencia, pero nunca fue considerado una obra de arte ni tampoco prometía el cielo. Daba recetas para vivir bien y ofrecía sugerencias para una filosofía de la vida realista y práctica. A mí me interesa este enfoque más humilde, que acepta las debilidades humanas y de hecho considera la dignidad y la paz como cosas que emergen de esa aceptación de la condición humana más que de cualquier método o intento de trascenderla. Por lo tanto, este libro -mi manera de ver lo que podría ser un manual de autoayuda- es una guía que ofrece, además de una filosofía de la vida llena de alma, técnicas para encarar los problemas cotidianos sin afanarse por la perfección o la salvación.

La tradición enseña que el alma está a medio camino entre el entendimiento y la inconsciencia, y que su instrumento no es ni la mente ni el cuerpo, sino la imaginación. Para mí, la terapia consiste en llevar la imaginación a los dominios que están desprovistos de ella, y que por eso mismo necesitan expresarse en forma de síntomas.

Un trabajo gratificante, relaciones satisfactorias, el poder personal y el alivio de los síntomas son todos dones del alma. Y son particularmente esquivos en nuestra época porque no creemos en ella, y por lo tanto no le asignamos lugar alguno en nuestra jerarquía de valores. Hemos llegado a la situación de reconocer el alma solamente cuando se queja: cuando se agita, perturbada por el descuido y el maltrato, y nos hace sentir su dolor. Es frecuente entre los escritores señalar que vivimos en una época de profundas divisiones, en la cual la mente está separada del cuerpo y la espiritualidad no se entiende con el materialismo. La cuestión es cómo salimos de esta escisión. No podemos superarla solamente “pensando”, porque el pensamiento es una parte del problema. Lo que nos hace falta es una forma de superar las actitudes dualistas. Necesitamos una tercera posibilidad, y esa tercera posibilidad es el alma.

En el siglo XV, Marsilio Ficino lo expresó de la manera más simple posible. La mente, decía, tiende a irse sola, como si no tuviera nada que ver con el mundo físico. Al mismo tiempo, la vida materialista puede ser tan absorbente que nos quedemos atrapados en ella y nos olvidemos de la espiritualidad. Lo que necesitamos, decía el pensador renacentista, es el alma, en el medio, manteniendo la unión de mente y cuerpo, de ideas y vida, de la espiritualidad y el mundo.

Lo que voy a presentar en este libro es, pues, un programa para reincorporar el alma en la vida. La idea no es nueva. Lo que hago, simplemente, es desarrollar una idea muy antigua de manera que -espero- sea inteligible y aplicable para nosotros en este preciso y decisivo período de la historia. La idea de un mundo centrado en el alma se remonta a los primeros días de nuestra cultura. Se la ha esbozado en todos los períodos de nuestra historia: en los escritos de Platón, en los experimentos de los teólogos renacentistas, en la correspondencia y la literatura de los poetas románticos, y finalmente en Freud, quien nos dió un atisbo de un mundo subterráneo psíquico lleno de recuerdos, fantasías y emociones. Jung expresó clara y explícitamente lo que en Freud era embrionario, hablando directamente en nombre del alma y recordándonos que en este tema tenemos mucho que aprender de nuestros antepasados. Más recientemente, James Hillman, mi mentor y colega y otras personas de su mismo círculo -Robert Sardello, Rafael López-Pedraza, Patricia Berry y Alfred Ziegler, por ejemplo- han presentado una forma nueva de abordar la psicología que tiene en cuenta esta historia y sigue explícitamente el consejo de Ficino: poner el alma en el centro mismo de nuestra vida.

El Cuidado del Alma.
Guía para el cultivo de lo profundo
y lo sagrado en la vida cotidiana.

Thomas Moore.

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