Una historia mágica de los cuentos

Una historia magica de los cuentos Una historia mágica de los cuentosEsta obra solo pretende abrir una puerta a la imaginación mediante el estudio de las claves esotéricas de los cuentos, menospreciadas e incomprendidas por muchos. Debemos aclarar que en ningún caso es un libro de ensayo dirigido a los especialistas, sino un libro de divulgación encaminado al público en general, al lector curioso, y al adolescente que se interroga sobre los grandes enigmas de su existencia que son, desde que el hombre es hombre, los grandes enigmas de la humanidad.
Podría escribirse mucho a este respecto y dejar volar la imaginación hacia cosas insospechadas. Pero queremos ceñirnos, en la medida de lo posible, a la lógica interpretativa y al sentido común. Este libro, sin grandes pretensiones, toca un tema que pocas veces han abordado los especialistas, pero susceptible de amplias y provechosas investigaciones en diversas ramas de la ciencia. Desde la perspectiva de simples aficionados a la historia social, la antropología y la metafísica, pretendemos exponer sencillamente unas notas para la reflexión. Nada más. Después cada cual debe sacar sus propias conclusiones.

Los cuentos hablan del proceso de la Gran Obra, los símbolos de la misma y las pautas a seguir. Las narraciones infantiles, bajo la apariencia de sencillos relatos para el entretenimiento, son verdaderas obras cabalísticas. Cuando un padre o una madre leen a su hijo cuentos, le transmiten parte de la historia más enigmática de la humanidad, de la historia de las órdenes de caballería, de las logias ocultistas, y de la sabiduría de los alquimistas. Convierten a su hijo, de manera inconsciente, en adepto, en un pequeño iniciado o, cuanto menos, preparan su mente para el conocimiento más profundo de la condición humana. Un niño que lee o escucha cuentos abre su mente más allá de los conceptos materiales del mundo.

Hay que leer cuentos a los niños para ayudarles, de manera cómoda e insospechada, a vivir, a ser conscientes de su existencia, y a formarse como personas de bien, no ansiosas por alcanzar la riqueza material como única meta en una sociedad sacralizada por el dólar, sino en personas capaces de buscar la espiritualidad necesaria para ser hombres o mujeres desligados de las servidumbres del dinero. Los alquimistas perseguían el oro, es cierto, pero no por el bien material que representaba, sino porque conseguirlo entrañaba la pureza espiritual.

En los cuentos, el sutil equilibrio entre las fuerzas que dominan el mundo, el bien y el mal, acaba siempre por inclinarse a favor del primero, para crear en el niño una conciencia positiva de esperanza de que ocurrirá igual en su vida. El niño, a través de los cuentos, aprende a creer en los valores de la justicia, porque sin justicia no hay transmutación del alma posible. Aunque en la vida cotidiana la justicia no siempre triunfa sobre el mal, lamentablemente, conviene subrayar que la esperanza en un final feliz transforma un hecho desesperado en un hecho llevadero. Sin la esperanza que transmiten los cuentos la vida sería insoportable. Por otra parte, también hay cuentos, como Caperucita Roja en la versión de Perrault, que no tienen un final feliz (otras versionas, como la de Grimm, sí).

En la actualidad es más necesario que nunca enseñar a los niños la importancia del medio, no del fin. Para conseguirlo el niño requiere toda una vida. Incluso la muerte es reveladora para el hombre. En ella encuentra definitivamente el camino de la verdad. Ese momento, trágico en nuestra cultura, se transforma en el resultado final de un largo desarrollo: en cada etapa de la vida el hombre busca respuestas a cuanto le rodea e ignora, y esa búsqueda le eleva espiritualmente día a día. El niño no es diferente: cuanto aprenda en su infancia fundamentará su capacidad para la lógica en el futuro.

Para que el niño desarrolle correctamente su psique debe tener una base filosófica que le ayude a encontrar el sentido de la vida. Al hablar de “base filosófica” no aludimos a la religión. Bien al contrario, la religión esclaviza las mentas y subyuga al individuo a una estructura de pensamiento que se halla supeditada al fin para el cual se creó. La religión, y más la católica, donde todo está escrito y dicho, es fuente de ignorancia porque obliga al hombre a no creer en nada que escape al dogma, es decir, deja poco terreno a la imaginación y a la crítica. No otorga, en consecuencia, libertad de pensamiento.

El ser humano necesita soñar, poner en funcionamiento su imaginación si quiere vivir de forma satisfactoria en un mundo de realidades cotidianas. Sin la aportación de los sueños, de la imaginación, de las ilusiones creadas en la mente, sería demasiado duro vivir. “Esperanza” es la palabra clave de los cuentos, como también lo fue para los alquimistas. El niño que escucha o lee cuentos es poco propenso a creer que sus esfuerzos, como los del héroe, culminarán cualquier anhelo que tenga en la vida.

La base filosófica debe partir del concepto ético, puntal de la Grecia Clásica y fuente de sabiduría, y cómo no, de las enseñanzas ocultistas que poco a poco se revelan a quienes buscan su verdad. La palabra “ética” deriva del griego ethos, “carácter” o “modo de ser”. Para los primeros filósofos la ética no tenía entidad independiente, sino que formaba parte de la reflexión sobre la normalidad total, reflexión que incluía tanto las normas físicas como humanas. Estas últimas se referían a la estructura político jurídica, a la polis. De ahí que en sus inicios la ética formara parte de la política. Los sofistas y Sócrates hicieron del hombre el tema central de su reflexión, reflexión que cientos de siglos antes aparecía ya en los cuentos. Para Sócrates (siglo IV a.C.), conocido por su intelecto ético, la virtud moral era objeto de enseñanza, de tal manera que la maldad se debía a la ignorancia: nadie puede hacer el mal a sabiendas de que actúa mal. Esta es la esencia de los cuentos cuyo mensaje se transmite al subsconsciente del niño.

Los cuentos tienen la clave de la revelación que el niño debe conocer para juzgarse mejor en el futuro. Así de sencillo. El mensaje subliminal, alquímico y psicológico de los cuentos está fuera de dudas. Las cosas no son siempre como parecen, y mucho menos como se enseñan. Francisco Sánchez (1551-1632), gallego y precursor de Descartes para muchos, dudaba de todo lo escrito porque solo mediante la duda se llega a la verdad: “Volví los ojos hacia mí -escribe- y lo puse todo en duda; comencé a examinarlo todo directamente, como si nadie hasta entonces hubiera tratado de ello. Este el único modo de saber algo”. Nada más cierto que la frase quo magis cogito, magis dubito (Trad. “Cuanto más pienso, más dudo”).

Hay que leer cuentos a los niños. No importa de quién ni cuándo si son obras antiguas como las de Grimm o Perrault. Lo que sí importa es que sean traducciones fieles del original, porque las versiones infantiles, ilustradas y pintarrajeadas, son tan absurdas que no transmiten ningún mensaje de provecho a la mente del niño. John Ronald Reuel, más conocido por Tolkien, en “Tree and leaf”, opina de estas obras: “Aunque sean buenas por sí mismas, las ilustraciones no favorecen a los cuentos (…) Si un relato dece ‘subió a una colina y vió un río en el valle’, el ilustrador puede captar, o casi captar, su propia visión de la escena, pero quien escucha estas palabras tendrá su propia imagen, formada por cuantas colinas, ríos y valles haya visto, pero especialmente, por la ‘colina’, ‘río’ y ‘valle’ que configuraron para esa persona la primera encarnación de dicha palabr
a”.

Los cuentos pierden gran parte del simbolismo hermético cuando se otorga cuerpo a los personajes y a los acontecimientos. Los cuentos ilustrados están desnudos de simbolismo al dejar solo la envoltura. Para que la audición del cuento tenga sentido debe suponer una experiencia compartida con el narrador. El relato solo es enriquecedor para el niño si establece fuertes vínculos sobre el lector, el oyente y el contenido de la historia.

Resulta curioso ver cómo empieza el cuento de Blancanieves en la versión de los hermanos Grimm, y contrastarlo con otras versiones infantiles llenas de colorines, muñecos, y un texto realmente desastroso. Es tan fuerte el contraste, que puede decirse que los copistas y dibujantes ignoran por completo los componentes psicológicos de los cuentos y, por descontado, sus símbolos herméticos. Entre una versión ilustrada y una versión original dista un océano de por medio. Los maestros alquimistas que recopilaron los cuentos de las fuentes del saber más remoto, para adaptarlos a la mente infantil, sabían muy bien qué hacían y qué pretendían. Dejemos que siga siendo así y leamos a los niños siempre versiones originales.

Una historia mágica de los cuentos.
Enrique Balasch Blanch.
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