Cultivando el asombroso Tao

Cultivando el asombroso Tao Cultivando el asombroso TaoToda práctica “espiritual”, de un modo u otro, suele comenzar con una pregunta, con un signo de interrogación: “¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene la vida?”. Por lo que sabemos, sólo en el ser humano surge esta inquietud.

A lo largo de nuestra historia, las respuestas han sido diferentes dependiendo de nuestros conocimientos o de nuestra cultura. Sin embargo, cuando mayores son nuestros conocimientos, más numerosas son nuestras dudas. Ninguna respuesta “hecha” satisface nuestra hambre de conocimiento. Quizá lo que deberíamos intentar es, no tanto buscar respuestas, sino ahondar en las interrogaciones. Nunca negar la pregunta con técnicas soporíferas.
Es verdad que muchos son los que prefieren acallar el anhelo mediante la satisfacción momentánea de sus deseos. Incluso muchas formas religiosas tienen por objeto enmudecer esa rebeldía interior. Pero… ¿acaso no fue el mismo Jesús un rebelde? ¿Y qué decir de Buda y tantos otros?

El arte del Tai-chi Zen tampoco es una técnica para el olvido. Tampoco es una respuesta en la que debas creer, sino un método práctico para desarrollar tu comprensión.

Vivimos en un mundo estresado, insatisfecho, harto de todo y son muchos los que se interesan por las artes orientales. Podemos aliviar sus dolencias pues la respiración, la relajación, el masaje… etc., son verdaderamente útiles. Tanto es así que estoy convencido de que si se practicasen regularmente mejorarían la salud física y psíquica de nuestra sociedad.

Es probable que la mayoría no quiera más que aliviar los síntomas, pero debes saber que nuestro Arte no es una aspirina sino que busca ahondar en la raíz del mal, ya que busca la verdadera sanación, la respuesta única.

Todos los animales usan el lenguaje corporal y el ser humano el lenguaje conceptual, pues este es su patrimonio. Está bien pensar y reflexionar pero, aunque capaz de hablar, expresar conceptos o de imaginar ideas, sigue usando un lenguaje corporal y un conocimiento vital que quiere expresarse, pero se ve impedido precisamente por los códigos de comportamiento que encorsetan la vida. Me atrevería a decir que, este lenguaje soterrado, es el verdadero lenguaje y la verdadera transmisión del conocimiento.

El conocimiento no es nuestro, no se puede poseer pero, curiosamente, nosotros somos ya esa corriente vital. Somos su expresión que lo que quiere es justo expresarse, porque el conocimiento no está oculto sino manifiesto.

Sólo seremos felices siendo lo que ya somos. No como algo detenido en el tiempo, sino “siendo” y sintiendo. Soy lo que soy y no me impongo códigos. Me relajo y lo acepto. No estoy siempre escuchando la vocecita de mi conciencia debatiéndose entre el bien y el mal.

Cuando digo: “Soy lo que soy”, no quiero decir que acepto una imagen, sino que no niego ni me evado del momento presente. Independientemente de mi propia opinión o la de cualquier otro. Soy lo que soy.

El objeto de la meditación es comprenderse a sí mismo. Como ya dijo un maestro: “Comprenderse a sí mismo es olvidarse de sí mismo”. Aquí hemos llegado al hueso del asunto: el sí mismo o, más bien, la idea de sí mismo.

“Quiero ser alguien” y así me rodeo de una historia: soy Fulanito de tal, mis antecedentes, estos son mis conocimientos, mi afán de robustecerme reafirmándome en el otro, mi sed de permanencia… Todo esto conforma lo que llamo mi “yo”. Mi identificación me configura, me da una figura, una imagen que cultivar especialmente ante los demás. Pero… ¿quién soy yo?, ¿soy este personaje o los diferentes papeles profesionales y privados?

No busques un único “yo”. Este “yo” es una respuesta habitual a un medio concreto, un cierto “rol”, como se dice ahora.

Cuando estoy en el trabajo, soy “el señor tal”, desempeño ese papel. Cuando llego a casa, soy “papá” y me comporto de un modo concreto y así adopto diferentes caras, dependiendo de las diferentes situaciones. Yo mismo no soy el mismo que hace un tiempo, ni soy el mismo para las diferentes personas que me conocen o creen conocerme.

El “yo” es tan condicionado que, a veces digo a mis alumnos que pueden cambiar al cruzar el umbral de la escuela. Al llegar, debido a las asociaciones que haces con el lugar, es posible que tu mente se tranquilice rápidamente pero es posible igualmente que, nada más salir, ésta vuelva al estado de intranquilidad al contacto con otros estímulos.

Si quieres comprender realmente quién eres, tendrás que aprender a mirar profundamente, descubrir las mil caras que ofreces en las diferentes situaciones. Así es posible que descubras tu verdadero rostro.

Cultivando el asombroso Tao.
Ángel Roy.
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