La voz de las trece abuelas

La voz de las trece abuelas La voz de las trece abuelasHasta hace relativamente poco, en todos los rincones del mundo había comunidades indígenas viviendo en perfecta armonía con el entorno. Gracias a ello, las tribus de este planeta tenían las mismas tierras que en el origen y podían regocijarse en la diversidad inherente a la humanidad. La cultura única de cada una de las miles de tribus indígenas evolucionó a partir de la relación de respeto con los animales, las plantas y el clima de la tierra que habitaban. Las tradiciones, los rituales, los cuentos, el arte y la música que fueron surgiendo en un lugar específico de la Tierra eran de ese lugar en concreto, exactamente igual que las flores y los árboles de esa zona.. Por eso, los pueblos indígenas aseguran que, si su conexión con la tierra desaparece, como les ha ocurrido a la mayor parte de los indígenas americanos, dejan de ser quienes son.
En algunas tribus, como los cheyenne y los lakota, se les enseña a los niños que su primer idioma proviene de los animales y de los sonidos de la naturaleza. Ese primer idioma se sigue utilizando en las ceremonias y en los rituales porque, según la tradición, esos sonidos tienen el poder de abrir la puerta al mundo de los espíritus. Las leyendas recuerdan a los miembros de las tribus que todo lo que saben lo han aprendido observando los diferentes reinos de la naturaleza y que es su deber respetar a la Madre Tierra y cuidarla. Esa relación tan estrecha con la naturaleza permitió que durante miles de años aquellos que ocuparon la tierra de sus antepasados pudieran vivir sin romper el equilibrio del planeta.

Según las abuelas, la supervivencia de una tribu se basaba no solamente en el vivir en armonía con la naturaleza sino también en vivir en armonía con el prójimo. El pilar más sólido de la tribu era la familia. Así, el bienestar de cada familia era esencial para el bienestar de la comunidad. En la naturaleza, encontraban reflejo de los diferentes roles que hay dentro de una familia. Se daba por hecho que tanto los hombres como las mujeres son espíritus vivos en carne y hueso, reflejos del amor de la Creadora, del principio madre/padre. La Tierra era la Gran Madre, la que da y alimenta la vida, el principio de energía femenina. El Cielo y el Universo eran el Padre o el Abuelo, el principio de energía masculina.

Los pueblos indígenas dependían por completo de la naturaleza. Por eso, para ellos la vida, toda vida, era sagrada. En ningún momento se veían separados de la naturaleza ni del cosmos. Lo que se le hacía a la Tierra y a sus habitantes se les hacía también a ellos mismos. Todo era parte del Uno. Los animales y las plantas del planeta no eran objetos. En el momento en el que la naturaleza se cosifica surgen los malos tratos y la falta de respeto. Tal y como afirma Joseph Campbell en su serie para PBS con Bill Moyers, “el ego que ve al prójimo en las cosas no es igual que aquel que ve sólo objetos en todo lo que le rodea”.

De acuerdo con la autoridad familiar, que tradicionalmente representaban las mujeres mayores, las abuelas eran las guardianas que debían velar por la supervivencia física y espiritual de la familia y, por tanto, de la tribu. Las abuelas se convirtieron en las depositarias de las enseñanzas y de los rituales que permitían hacer florecer a la tribu y se encargaban de mantener el orden social. En muchas tribus del mundo, incluida la nación iroquesa (en cuya Constitución se inspiró la de los Estados Unidos), se consultaba siempre al Consejo de las Abuelas antes de tomar una decisión importante. Por ejemplo, la decisión de ir a la guerra o no.

Los pueblos indígenas vivían siguiendo un sistema comunal basado en la reciprocidad. Todo el mundo compartía lo que tenía y todo el mundo cuidaba de todo el mundo. No existía el acaparamiento, lo que propiciaba que ningún miembro de la tribu se quedara sin nada y que todos prosperaran por igual. La comida que conseguían los cazadores se repartía entre todos los miembros de la tribu. Así, si un cazador era especialmente bueno, no se quedaba una parte mayor de la caza para él, sino que se le daba un lugar de honor en la tribu.

El concepto de escasez no existía, excepto cuando tocaba una época de penuria para toda la tribu, y no existía la necesidad de acumular pertenencias personales. Las tribus sabían perfectamente lo que necesitaban para sobrevivir, sabían lo que era suficiente. Pronto aprendieron que compartir y trocar aumentaba el valor de lo que se daba y que la acumulación cuando ya se tenía suficiente paraba el flujo de los recursos. Cuando todo el mundo se beneficiaba, el individuo se beneficiaba todavía más. Hoy en día, en cuanto salen de sus comunidades, los miembros de las tribus indígenas se encuentran con que en el mundo moderno no pueden comer ni encontrar alojamiento ni vivir sin dinero. Un día en el mundo moderno puede dar al traste con miles de años de sostenibilidad.

Las abuelas nos recuerdan que podemos aprender del sistema tribal que toda la humanidad puede prosperar mientras que los miembros de los pueblos indígenas pueden aprender del mundo moderno cómo ganarse la vida cuando salen de sus comunidades tradicionales.

Según las abuelas, hay otra cosa que todos los pueblos indígenas del planeta tienen en común: honran y confían en el mundo de los espíritus, un mundo al que se accede a través de la naturaleza. Para muchos indígenas, incluso las piedras tienen espíritu. De hecho, se dice que las piedras son quienes tienen mayor memoria porque son los seres más antiguos del planeta. Según las enseñanzas indígenas, el espíritu de algo está en su corazón y en ese espíritu está la esencia de la mismísima Creadora, o como quiera que cada uno llame a la fuerza divina. Un acto tan sencillo como agarrar una piedra y sujetarla en la mano en silencio puede cambiar a una persona de manera sutil y profunda. Según las abuelas, encontrar mundos diferentes en una simple piedra nos hace descubrir mundos diferentes dentro de nosotros mismos. Tener el valor de mirar dentro de uno mismo y fuera de uno mismo era un atributo importante en la mayor parte de las culturas indígenas. De hecho, al tener un contacto tan estrecho con la naturaleza era casi inevitable realizar ese viaje interno.

Las abuelas nos recuerdan que a través de visiones, de sueños, la oración, la ceremonia y el ritual podemos acceder al mundo sagrado de los espíritus de la naturaleza. Las ceremonias y los rituales nos permiten participar en los mitos o arquetipos de la cultura y sirven para sacarnos de la realidad ordinaria. Los rituales que se realizan con una intención propician la concentración y nos permiten acceder a niveles desconocidos de la mente tanto para comunicarnos con los reinos espirituales en busca de profecía y guía como para influir en los acontecimientos. Así fue como se tuvo noticia por primera vez sobre los poderes sanadores de las plantas; así fue también como se supo de la importancia de honrar los cuatro puntos cardinales y los cuatro elementos básicos (tierra, aire, fuego y agua). Cualquier persona que se haya sentido arrebatada por la belleza de un atardecer o que haya encontrado respuesta a un problema estando en comunión con la naturaleza ha tenido acceso, aunque haya sido de manera breve, a los mundos que están abiertos para los pueblos indígenas que poseen este tipo de conocimientos.

Según las abuelas, el propósito más alto de la espiritualidad es tocar un misterio que va más allá de las palabras, que se percibe solamente en silencio y en soledad. Escuchar el silencio lo coloca a uno en contacto con l
a energía, la vibración y las fuerzas espirituales que son el corazón de la creación. Estos reinos son reales, no son imaginarios, y sólo se puede llegar a ellos teniendo la mente tranquila y practicando. Esto no quiere decir que no se pueda pensar con la mente racional, pero, si lo hacemos durante el proceso, la experiencia se para. Las abuelas creen que debemos volver a nuestro espíritu interno y al espíritu de todas las cosas, pues nos hemos desviado al buscar la felicidad fuera en vez de buscarla dentro de nosotros.

Las abuelas son conscientes de que ha habido una corrupción innegable del espíritu de la humanidad. La familia humana global, un macrocosmos del sistema tribal, está perdida, confundida y enferma. Estamos desconectados de nosotros mismos y del planeta que alimenta nuestro cuerpo y nuestra alma. La violencia y la guerra han traído el hambre, la pobreza, la pérdida de la cultura y el avasallamiento de los derechos humanos.

Hay lugares en los que el agua, la sangre de nuestra Madre Tierra, está tan contaminada que no se puede beber y otros en los que el aire está tan contaminado que no se puede respirar. Las abuelas se preguntan si de verdad queremos que esto siga así. ¿Es éste el mundo que queremos dejar a las próximas generaciones? Hemos perdido la enseñanza más fundamental: que toda vida es sagrada, toda vida es parte del Uno. Las abuelas nos advierten que debemos despertar del trance en el que estamos inmersos si no queremos que la Tierra comience a temblar.

En todas las tribus de las que provienen las abuelas hay profecías que indican que estamos entrando en una época de purificación. El proceso de purificación es una limpieza natural de toda la negatividad que hemos ido acumulando al centrarnos en el progreso material en lugar de en nuestra búsqueda espiritual. Tenemos que honrar y proteger todos los tipos de vida, tenemos que facilitar que vivan en su entorno natural y que tengan cobijo y alimento. Todas las formas de vida están conectadas y, por ello, las abuelas creen que la salvación, la calidad de vida y la evolución espiritual no están separadas de la política ni de la conciencia. Las culturas que no derivan ni están basadas en las leyes naturales no tienen raíces y no pueden sobrevivir. Si no tenemos una profunda conexión con la naturaleza, vamos a la deriva, entramos en la negatividad y nos destruimos a nosotros mismos espiritual y físicamente. Sin embargo, si estamos profundamente conectados con la naturaleza, vemos belleza por todas partes. Para empezar, en nosotros mismos.

En todos los rincones del mundo existe sabiduría, que es la llave que nos permitirá devolver la chispa de pureza a la humanidad. Las trece abuelas se reunieron en consejo para compartir sus oraciones, sus rituales y sus ceremonias para sanar el planeta y forjar una alianza que se exprese a través de una sola voz. Quieren transmitirnos las diferentes maneras de hacer real la sostenibilidad, la soberanía y una alianza unificada entre todos los pueblos de la Tierra por el bien de la vida y de la paz.

La Voz de las Trece Abuelas.
Ancianas indígenas aconsejan al mundo.
Carol Schaefer.
Esta entrada fue publicada en Uncategorized y etiquetada . Guarda el enlace permanente.