El viaje del chamán

El viaje del chaman El viaje del chamánEn la cultura lakota, como en muchas otras tradiciones indígenas, los hechiceros y conductores de ceremonias especiales usan ocre (pintura roja) para teñirse las manos, indicando así su misión sagrada, su dedicación a la “sangre de todas las personas” en el cumplimiento de la labor que les ocupa. El uso de pintura roja es, por tanto, simbólico de su relación con el Espíritu de “todo cuanto existe”, a fin de servir a sus parientes a través de un compromiso personal. Representa el despertar del Espíritu encarnado en las manos.
En este capítulo deseo sugerir que puede ser benéfico para nosotros, en el mundo moderno, aprender a “pintarnos el cuerpo entero de rojo”, lo que equivale a reconocer y sentir que nuestro cuerpo es depositario del Espíritu. Dicha actitud invita a la comprensión de que el Espíritu vive en cada una de nuestras diminutas células como seres físicos.

En esto consiste, precisamente, gran parte de mi trabajo con la gente, en dar cuerpo al Espíritu, en lograr que el Espíritu se manifieste plenamente, ahora mismo, en este cuerpo. Creo que no sólo es importante para nuestro espíritu sino para nuestra propia supervivencia cotidiana, que comprendamos que el “cielo” al que podemos realmente aspirar, no es un lugar lejano adonde iremos cuando abandonemos este “lío” que hemos creado, sino una luz que brillará desde nuestro interior, para unirse a otras con alegría, en la re-creación del jardín de la Madre Tierra. El reto no estriba en alcanzar “partes nuevas” de nosotros mismos, sino en despertar y unificar debidamente las que ya poseemos.

La tradición lakota reconoce cuatro grandes poderes: 1) el poder que ha creado la tierra y todo cuanto existe, 2) el poder que vive en todas las cosas, 3) un poder misterioso de curación y concienciamiento en el oeste, y 4) el poder que tiene Heyoka, la risa, de darles la vuelta a las cosas y verlas de nuevo. Ahora propongo concentrarme en el segundo gran poder, el que vive en todas las cosas. Es importante comprender que por todas las cosas no sólo se entiende todo lo que nos rodea sobre la faz de la tierra, sino que nos incluye también a nosotros mismos, es decir a nuestro cuerpo físico, hasta la más diminuta de nuestras células. Este poder no es independiente de nosotros, vibra en nuestro interior y a través nuestro.

Hace mucho que los chamanes comprendieron que no es preciso ir a ningún lugar, sino entrar en nuestro propio interior, para transformarnos. Incluso los viajes “extracorporales”, la iniciación del soñador en el “vuelo mágico” y demás fenómenos por el estilo, se realizan a través del cuerpo. El primer paso consiste en centrar la atención en nosotros mismos. Alcanzar y desplegar nuestra voluntad chamánica, detener el aparentemente interminable diálogo interno, encontrar nuestro poder; todo lo cual ocurre en nuestro interior. Habitualmente esperamos la revelación de secretos procedentes de nuestra mente, cuando en realidad es cuestión de introducirnos en el cuerpo. La Madre Tierra y el Padre Espíritu no son independientes de nosotros.

Nuestra realidad cotidiana habitual y la otra realidad del Espíritu, convíven ambas en nuestra dimensión interior; de ahí los cuernos de doble asta del simbolismo chamánico. Metafóricamente hablando, podemos decir que un individuo de la cultura vigente desarrolla el “lado derecho”, correspondiente al izquierdo del cerebro de la realidad ordinaria o tonal, mientras mantiene la cabeza pegada firmemente a un árbol, para evitar el crecimiento del cuerno izquierdo (correspondiente al lado derecho del cerebro, de los sueños y de la realidad intuitiva o nagual). Por fin, habiendo impedido su propio crecimiento, retrocede tambaleándose, agotado, subdesarrollado, y avanza a trompicones por la vida, con mucho menos de la mitad de su capacidad potencial.

Es evidente que en nuestro interior somos de algún modo conscientes de nuestras carencias, e intentamos subsanarlas. Con excesiva frecuencia intentamos hacerlo escapando de nuestro cuerpo físico, apaciguarnos “huyendo de nosotros mismos”, en lugar de optar por el sosiego interior. Nuestra propia búsqueda está forjada por el lenguaje de nuestra parcialidad, que nos confunde al hacernos creer que el cuerpo y el espíritu son independientes. El mero hecho de tener dos nombres distintos, cuerpo y espíritu, sugiere que son dos cosas cuando en realidad ambas están tan íntimamente entrelazadas que constituyen una sola.

Por ello, los grandes maestros de muchas tradiciones hacen hincapié en la conexión primordial del cuerpo con la tierra, como base de todo desarrollo en la forma humana. Don Juan exhorta a Carlos Castaneda a que se aclare y fortalezca; Agnes y Ruby estimulan a Lynn Andrews para que desarrolle su fuerza, armonía y capacidad física. Estas enseñanzas suponen un reto para todos nosotros, con el fin de que despertemos este segundo gran poder. Los mejores maestros de artes marciales, los más prestigiosos chamanes aprenden a dilatar su percepción, sensibilizando todas y cada una de sus partes; pueden ver lo que ocurre a su espalda porque han despertado la capacidad de percibir con todas sus células y por consiguiente no depende sólo de los ojos. Cuando nos despertemos y aceptemos este gran poder latente en nuestro interior, activaremos la energía más útil, poderosa y mágica de las que disponemos.

Por consiguiente, la fuente de energía más abundante y poderosa que podemos desarrollar, no es el combustible sólido, ni la energía nuclear, ni siquiera la solar, sino la luz del Padre Espíritu y de la Madre Tierra que dejamos fluir libremente por nuestro cuerpo, energía capaz de producir milagros que exceden la capacidad de nuestra imaginación actual. Cuando dejemos de buscar soluciones fuera de nosotros mismos, cesará también el uso y pillaje de nuestra Madre Tierra. A partir de entonces crearemos belleza para nuestros ojos, a nuestro alrededor, en nuestro recorrido por la tierra.

Lo que uno de mis linajes meridionales califica simplemente de “vientre”, es el misterioso punto central de la geografía del cuerpo humano y también del Espíritu. Tiene de uno a dos dedos de diámetro y está situado por debajo del ombligo. Ahí radica la base de un camino integrado para la vida cotidiana y el desarrollo del poder misterioso de la voluntad, que conduce al despertar del soñador y del nagual. Nosotros lo denominamos “Mente de la Madre en nuestro interior”, refiriéndonos a que éste es el punto de unión del cordón umbilical invisible, a través del que estamos conectados con nuestra verdadera madre, la Madre Tierra. Dicho cordón nos ata a la Madre, y por consiguiente, a través de otros cordones semejantes, a todos los hijos de la tierra, tanto si son bípedos, cuadrúpedos, alados, nadadores, de hoja verde o consistencia pétrea.

Este tipo de inteligencia básica es el que debemos desarrollar durante nuestros primeros años en la tierra. Así pues, nuestro pueblo lakota pide a las madres que dediquen por lo menos un año de la vida de sus hijos a la enseñanza de una buena y plena relación con todos nuestros parientes en la tierra y en los cielos. Esta conexión profunda, sin palabras ni conceptos abstractos, consolida la base de un vínculo fluido entre la Madre Tierra y todos sus hijos, de donde emana el auténtico poder. Por consiguiente, es muy importante que no privemos a nuestros hijos, ni nos privemos nosotros mismos de este conocimiento circundante; no debemos suponer que sólo las palabras, los libros, las escuelas y nuestras cabezas albergan conocimiento.

Pintarnos de rojo.
Brooke Medicine Eagle.

El Viaje del Chamán.
Curación, Poder y Crecimiento Personal.

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